A sus 28 años se está comiendo el mundo. Sube ya a los escenarios más importantes de la ópera en Europa. Esta guatemalteca ya tiene agenda de presentaciones para los próximos dos años y comienza a llenar el 2023. En otras palabras, empieza su ascenso en la cresta de la ola.
Jorge Sierra/elTimes / Fotos de Marine Cessat-Begler
Adriana González es la joven promesa guatemalteca en el mundo de la ópera internacional. Ya se le ve en prestigiosos escenarios de Francia, Alemania, Suiza y España. A mediados de este año ganó el Certamen Mundial de Ópera, Operalia, que desde hace 26 años preside Plácido Domingo y, a principios del próximo año, lanzará su primera grabación discográfica para Audax Records. A su llegada a Guatemala (ahora radica en París), poco antes de realizar tres presentaciones, incluida su intervención en el Mesías, de Händel, se detuvo para conversar con Local times sobre lo que más sabe y ama: la ópera.
En la conversación uno descubre a una joven franca, con una claridad de ideas, realista, de buenos modales, generosa y con humor. Francia ha sido no solo el lugar que le ha formado en lo profesional, sino también en el temple de carácter. No cualquiera se sube al escenario y enfrenta con aplomo y valentía directores, orquestas, guiones, partituras, colegas y públicos. González lo está consiguiendo. Y con éxito. Ya en este momento se encuentra con agenda llena para el 2021 y 2022, el otro año vuelve a Zurich para cantar el rol de Micaëla (Carmen, Bizet), viajará a Japón y ya está en pláticas para el 2023, cuando espera encarnar a Condesa (Las bodas de Fígaro, Mozart), a Mimi (La Boheme, de Puccini) y a Juliette (Romeo & Juliette, de Gounod).
Por sendas inescrutables
Lo logrado es algo que ella no pensó en conseguir. “Creo que nadie en el mundo se lo puede imaginar. Uno siempre piensa en ser cantante de ópera, pero tener todos los detalles de lo que en realidad conlleva no. Honestamente saberlo todo no. Solo tenía una idea general”. Sí, tenía en mente eso si, ser cantante de ópera, lo único que le faltaba era saber cómo hacerlo.
El camino que tuvo que recorrer para encontrar la respuesta no fue convencional. Al menos, no a como sucede en otros aspirantes a cantantes de ópera en Europa. “Típicamente estudian un bachelor en un conservatorio. Lo terminan. Luego hacen una maestría durante seis o siete años, después de eso los aceptan en ensambles. Les ofrecen un trabajo como artistas residentes de un teatro y ahí se están años y años. Se mueven de un teatro a otro, a otros más grandes o a diferentes según se desarrollen. Esa es como la forma tradicional. Para mí fue ¡nada qué ver! (risas). Empecé en Guatemala con Bárbara Bickford en el 2009. Estudiaba la licenciatura en la Universidad del Valle y fue Isabel Ciudad Real la que me recomendó estudiar con Bárbara. Con Bárbara trabajamos vocalización y de repente un día oyendo un coro me dije: ‘Bueno, ya me voy a graduar de la universidad y no sé qué voy a hacer’”.
Resulta que González no tenía claro si le convenía dedicarse a la ópera o a la música popular. “Bárbara me dijo que no importara qué género iba a seguir, pero ‘tienes que aprender una técnica lírica, es así como sabrás cómo funciona el cuerpo para crear sonidos’. Ella después me dio un fajo de partituras y me dijo: ‘Acá tienes también este disco, Arie Antiche, con Cecilia Bartoli. Escucha y apréndetelo, y lo vemos la próxima semana’. La grabación me dejó enamoradísima de la ópera por la forma tan especial y tan íntima de Bartoli para interpretar”.
Adriana González es la joven promesa guatemalteca en el mundo de la ópera internacional. Ya se le ve en prestigiosos escenarios de Francia, Alemania, Suiza y España.
Etapa naciente
Ese amor, ese amor profundo es con el que hoy narra con pasión González su periplo que apenas comienza en el género. “Apenas soy una bebé (risas). El otro día trabajé con un tenor que alcanzan los 40 años y me preguntaron: ‘¿Pero niña tu vas a cantar esas cosas? ’ ‘¿Cuántos años tienes?’. Les respondí: 28 años. Y me dijeron: “Ah, todavía eres una bebé. Yo llevo mucho más”. También Erwin Schrott, un bajo barítono uruguayo que tiene una carrera estelar internacionalmente y canta Scarpia, Tosca, un tipo de repertorio que requiere cierta madurez me preguntó lo mismo: ‘¿Cuántos años tienes?’ y le respondí igual, entonces comentó: ‘¡Uf! Tú tienes todo el tiempo del mundo’. Entonces quiere decir que aún vienen los mejores años”.
La soprano sabe que cada día y con la edad debe aprender a adaptarse y a sacar el mejor partido a su voz. “El canto lírico es algo muy físico que cambia con el cuerpo. Biológicamente a los hombres les varía con el cambio hormonal, ahí vemos que cuando hablan de repente se les baja la voz. Eso sucede después a los 25, a los 30 (ya se asienta la voz) y otra vez a los 40 empieza a mudar. Luego existe el cambio hormonal, sea andropausia o menopausia, y eso afecta. La voz es puramente hormonal. En la medida que el cuerpo se desarrolle durante la vida, cambiará la voz”. Igualmente sucede con la variación de peso. “Sobre todo si se pierde muy rápido. El cuerpo no sabe dónde está. Se siente muy liviano. El bajar peso, por ejemplo, debe ser lento”. Por lo mismo, un cantante lírico debe mantenerse alerta ante esa novedad.
Tempos, coloratura y musicalidad
Puede que para ir a escuchar o ver ópera se tenga que dejar los sentidos en casa y solo llevar al teatro los oídos. Y es que con ellos con los que se sabe conocer, distinguir o disfrutar los matices orquestales, los timbres más fascinantes y los tempos más variado pero sobre todo esas voces que dominan esos sobreagudos, esas coloraturas y esas musicalidades tan difíciles pero tan importantes. ¿Es con técnica o con talento que los cantantes lo consiguen? “De todo un poco. Pero principalmente es técnica y tiempo. De hecho, para mí la coloratura nunca ha sido fácil. Cantar muchas notas rápidamente (tararea con urgencia) no, no se me da con naturalidad. Hay gente que sí, nacieron con eso y Dios les bendiga, pero a mí me tocó cantar en forma legato (ejecución de una serie de notas diferentes sin interrupción unas y otras). Tantas notas así tan rápidas es algo que toma años”.
No podía faltar hablar del cuidado de la voz. Es regla en todo cantante profesional para que, de alguna manera, la voz siempre se funda con la música en buenas condiciones, es decir, sin un signo de fatiga y desgaste. “Eso se consigue con paciencia (ríe). Primero hay que reconocer cuáles son los límites de uno y decir: ‘Ok, me siento cansada, es hora de parar’. Y saber decir: ‘Hasta aquí llego’. Si te excedes hoy, mañana no cantas. Punto. Tratas de cantar mañana con una voz cansada o ya no cantas nunca. Hay que tener esa madurez de saber dónde está el límite y sobre todo descansar. Debes saber cómo manejar tu tiempo, tu voz, tu energía. Depende también de si tienes varios ensayos por delante, por ejemplo. Y no se diga lo difícil que es llevar una producción donde ensayas ocho horas diarias”.
Ese trabajo le causa gozo a Gonzáles. Sobre todo, en una ciudad cosmopolita, sinuosa, desbordante, romántica y luminosa, que como decía Ernest Heminghway después de conocer “París siempre te acompañará, vayas donde vayas, todo el resto de tu vida”. La cantante reconoce que, “ha sido una excelente experiencia vivir allí. Es como mi segundo hogar. Ahí es mi residencia oficial y es donde he encontrado el apoyo que necesitaba”.
Ya en este momento se encuentra con agenda llena para el 2021 y 2022, el otro año vuelve a Zurich para cantar el rol de Micaëla (Carmen, Bizet), viajará a Japón y ya está en pláticas para el 2023, cuando espera encarnar a Condesa (Las bodas de Fígaro, Mozart), a Mimi (La Boheme, de Puccini) y a Juliette (Romeo & Juliette, de Gounod).