“Me estoy sintiendo en paz con el saxofón”, Dina Ramírez

Por: Jorge Sierra

Foto: Alejandro Sandoval

La saxofonista de 28 años, comenzó tocando pop, reggae y rock. Hoy profesa su amor por el jazz, por el que empieza a bucear en aguas profundas.  Ramírez pertenece a la nueva generación de saxofonistas de jazz en Guatemala. Y aunque el género es su pasión, es una joven que también disfruta del rock y pop.

Vive en Mixco, Guatemala, y eso la obliga a recorrer grandes distancias y sortear un tráfico pesado para llegar a sus conciertos, a sus ensayos y esta vez a la entrevista. Por supuesto, anda de arriba para abajo con un estuche un tanto largo color negro, donde viaja su consentido saxofón tenor norteamericano Conn 16 M. Dina Ramirez, lleva ya casi cinco años como solista, desde que sorprendió en el panorama al presentar su álbum Conde Daniel, repleto de hard bop.

Su aparición sorprendió, no tanto como saxofonista, sino como jazzista. Ramírez se expuso primero al público con su instrumento, al ser miembro habitual del grupo de pop, reggae, rock, De LaRut. De hecho, grabó con ellos, pero a partir del lanzamiento de ese primer álbum (2018), experimenta otro mundo, donde por supuesto, escribe sus propias composiciones y su instrumento es el protagonista.

 

El jazz una partícula motora

Hoy, esa partícula infinitesimal llamada jazz, que catalizó su obra un día, la ha llevado con denuedo a adoptar el género y por supuesto el instrumento. Un instrumento que inicialmente le llegó como obsequio de su tía Irma Hernández. Aunque en la cabeza de Ramírez, flotaba la idea del clarinete o la flauta, algún instrumento de viento dado que en el profesorado de música que cursaba, se lo exigía, por lo mismo probó la trompeta, y aprendió lo básico del piano y la marimba. “Pero gracias a ese obsequio fue como llegué al saxofón, que al principio no me convencía. Tal vez era su tamaño” (risas).

A la fecha, la saxofonista lleva grabados tres discos, el ya mencionado, 1715 (2012) y Tres Caras (2021), pero su capacidad y arrojo le ha hecho compartir escenario, entre otros, junto a Bohemia Suburbana, Filoxera, Casa de Kello, Dani “Kontra” Marin, Fabiola Roudha y Rebeca Lane. También se le ha visto en diferentes escenarios comerciales, en festivales de jazz y en centros culturales.

¿Chica con suerte?

Categóricamente afirma que lo logrado, no es un asunto de suerte. “Yo no diría que he tenido suerte. Diría que tocar puertas me ha costado como no tiene idea. Es algo que tengo no por ser mujer, no por hacer esto, porque igual me ha pasado al revés, que por ser mujer o por lo que sea me han dado oportunidades. La verdad lo conseguido es porque he sido una necia y estoy detrás de las cosas. Preguntando: ‘Mire ¿cómo puedo hacer esto?’, ‘Mire, ¿qué tengo para hacer esto o con quién puedo hablar para tocar aquí?’, ‘¿Con quién me puedo reunir para realizar este proyecto?’ He logrado mi espacio por ser necia. Hay días que me levanto y me digo: ‘Esta semana tengo que buscar esta oportunidad’ o ‘esta semana quiero hacer esto’. Y le digo que es cansado. Mi jornada empieza a las 8 de la mañana y termina a las 10 u 11 de la noche”.

Sin embargo, esa necedad es la que la ha dado a conocer y a que se le valore. Por lo mismo ha compartido cartel con artistas muy conocidos, viaja para allá y se le ve en distintos eventos culturales. “He sentido mejor respuesta de mi música como: ‘Ála, me alegra muchísimo que tengas esta oportunidad’, ‘Me gusta mucho esta canción’, ‘¿Por qué se llama así esta pieza?’. Sí, si he tenido mayor interacción, pero eso no ocurría al principio. Poco a poco ahí voy”.

El saxofón ese desconocido

Hoy mismo se puede decir que Ramírez pertenece a la nueva generación de mujeres saxofonistas y además jazzista en el ambiente guatemalteco. Con modestia reconoce: “Obviamente me falta demasiado, quizá una vida completa para decir que soy saxofonista, pero me siento parte de un movimiento, por más pequeño que sea (todavía no existe una industria como tal) en el que al menos me refieran y del que me siento parte de ello”.

Por supuesto, aprender a tocar saxofón no es fácil. Aunque para ella, según comenta, no fue más difícil. “Tal vez porque me gusta mucho no sentí tan pesado el proceso. Pero sí he visto que para algunas personas sí es un poco difícil. La digitación es como una flauta dulce, el problema es el sonido. Y eso, solo se logra soplando. No hay truco mágico para alcanzarlo”.

Ella comenzó escuchando a saxofonista de jazz como Kirk Whalum y Nelson Rangell, pero con los días ahondó en la historia del género y se topó con John Coltrane y Wayne Shorter (‘es el Papa de mis referentes’), y últimamente ha puesto sus ojos sobre Dexter Gordon y Coleman Hawkins.

Sí, le gusta realzar la figura de Shorter, una mítica figura en el mundo del jazz, que para ella es el Papa de una iglesia que predica sobre el saxofón en el jazz. “¿Por qué lo digo? Porque desde toda su trayectoria no se quedó sólo en el bebop o el hard bop, también tocó fusión con Weather Report, y acaba de sacar una ópera con Esperanza Spalding. Para mí es increíble que, en todos sus discos, haya adaptado su instrumento a los cambios”.

Se entusiasma con eso de los saxofonistas. Y hablamos entonces de Gordon, uno de los gigantes del jazz moderno, que sin buscarlo influyó en contemporáneos como John Coltrane y Sonny Rollins, y casi nadie se lo reconoció. Gordon, según, Ramírez, empataban en algo con Ben Webster: “Mi profesor de la universidad me dijo: ‘Dale a la nota’. Tocaba. ‘¿Qué estás haciendo? Estás haciendo lo que hace Ben Webster, de primero soltas el aire y luego sale la nota. Yo no quiero eso. Quiero que des la nota directa’. Así me decía y yo pensaba: ‘Tiene razón’. Todas las veces que escucho a Webster, igual a Gordon, cuando hacen las notas graves de primero soplan el aire y después se escucha la nota. Ahora uno escucha a Ben Wendel o a Bob Reynolds, que ya son actuales, y en las notas graves no suena nada el aire. Allí están las notas. De manera que depende mucho de a quién le guste qué”.

 

El proceso de corregirse

En este momento, la también compositora, estudia en la Universidad Tecnológica de Uruguay, UTEC, la licenciatura en jazz y música creativa. En ese lugar comprendió el valor de las articulaciones en el instrumento, de poseer un swing team, de los estilos del jazz. Así también que no vale la pena andar con prisas en el estudio y asegurar con facilidad: “No, es que yo ya toco jazz y ya…’, pero no es así. Hay que corregir cosas”.

Ramírez se muestra contenta con los resultados hasta ahora obtenidos. “Esta carrera me ha ayudado un montón. Y agradezco a los maestros que me han tenido paciencia”. Hay que decir, que es de las pocas saxofonistas de jazz de Guatemala que ha profundizado el instrumento. Como también en la composición. De hecho, despierta la curiosidad por saber por dónde van ahora sus tiros. “Siempre estoy en la composición y conforme van saliendo las piezas me digo al analizarlas: “Así van a ser ahora. Quiero hacer más de esto’. Me estoy tirando al agua con muchas cosas, porque en la universidad hemos escuchado todo lo que tenga que ver con cuerdas, ensambles de orquesta y voces. Es muy posible que lo que hago ahora, me lleve dos años pero ya empecé. He escuchado cómo suena, qué es lo que puedo hacer. Será un tipo de jazz como 1715. Igual, estamos viendo música del Brasil, y me interesa la bossa nova con cuerdas. Por ese lado voy, por incluir más instrumentos, con una orquestación más completa. Es demasiado trabajo, pero estoy feliz escribiendo”.

Viaje a Francia

Hace pocos días atrás, Ramírez ofreció un concierto en la Alianza Francesa de Guatemala con el fin de recaudar fondos para viajar al Festival Internacional de Música Universitaria, a realizarse en Belfort, Francia, junto a su banda, integrada por el pianista Allan Urbizo, el trompetista Julio Oliva, el batería Jorge Escalante y el contrabajista Jorge Soberanis. Esta es la segunda vez que le giran una invitación para presentarse en este gran evento. El quinteto que lidera con su nombre, ya aparece en el cartel anunciado en el apartado de jazz, y ofrecerá conciertos del 3 al 5 de junio. Sin contar con los que eventualmente aparezca. “Tenemos el deseo de tocar en París”, dice la saxofonista. Pero aún seguirá tocando, con la idea de generar esos fondos para pagar los pasajes de avión.

En la segunda mitad de este año planea seguir con sus composiciones e iniciar un proyecto dedicado a la educación musical, que engloba dos cosas: una empresa y juegos de mesa. Como ve, al menos este año, su larga jornada de trabajo no se detendrá. Ni tampoco existen visos que se aparte de ese estuche grande color negro con el que a diario viaja desde Mixco. La culpable de todo es esa partícula infinitesimal llamada jazz, que cambió su vida.

El despertar de la música

Su abuelo le inoculó la música a la niña Dina María Ramírez Hernández. Ella lo escuchaba fascinada de cómo tocaba la guitarra y cantaba boleros los domingos en su casa. Un día el abuelo olvidó la guitarra y para ella fue una tentación. Le despertó gran curiosidad tocarla y escucharla. Pero la guitarra cobró mayor notoriedad en su vida, el día que el coro de su iglesia llegó a ensayar a su casa y de nuevo sonaba la guitarra. “Ahí me surgió como la espinita de decir: ‘quiero aprender a tocar el instrumento’. Así tomó la decisión de ir a la iglesia a aprender música

Sin embargo, la guitarra solo fue el pretexto para acercarse a la música. Aprendió a hacer solos, a tocar acordes y a acompañar. “Pero no encontré esa conexión en la guitarra como sí ocurrió con el saxofón”. En efecto, la guitarra no la empujó a estudiarla. La tocaba un rato y luego la dejaba. Hoy mismo admite sin reparos: “Hasta la fecha, lo que yo he vivido con el saxofón no lo he encontrado con ningún otro instrumento. Con el saxofón sentí que, aún cuando no me estuvieran saliendo las frases o algo, era más la motivación de querer hacerlo, algo que no ocurrió con los otros instrumentos”.

Hoy, Ramírez ha llegado a un punto de decir: “Me siento en paz con el instrumento. ¿Por qué? Porque en la universidad noté que había muchas cosas que tenía que corregir. Y que me costó muchísimo y me sigue costando todavía. Lo acepto y tengo que trabajar en ello. Trato de no frustrarme (…). Y todo eso, me está haciendo sentir en paz con el instrumento. De manera que cada vez que vaya a dar un concierto y toque, me sentiré en paz con mi sonido”.

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